Aplicación de la pseudometría lingüística, que se propone como técnica sistematizada para la evaluación de la falsedad testimonial, al mayor suceso criminal en la historia de los Estados Unidos: el caso de Lizzie Borden, de 1892-93. Con esta técnica se pretende informar e instruir acerca de los indicadores lingüísticos que delatan falsedad en el discurso y sobre los que existe mayor consenso científico. La técnica y su uso puede interesar a estudiantes e investigadores de la ciencia forense, principalmente psicólogos (psicología forense) y filólogos (lingüística aplicada). Autores: Eduardo Infante Rejano, Annabel Jiménez Soto, María Claudia Scurtu Tura, Helene Sudac.
Ante la sospecha de ser autor/a de un delito cometido, el proceso de mentir se torna más consciente que nunca al poner en marcha todos nuestros recursos mentales que no quedan exentos, sin embargo, de la influencia de nuestros estados, hábitos emocionales ni producciones lingüísticas. En gran medida, la habilidad de mentir es producto de la competencia lingüística del actor, que es capaz de recrear mensajes con significado coherente y convincente aun participando en diálogos en los que el lenguaje es notoriamente referencial –informativo y exento de adornos- y fáctico –sencillo y escueto-. Sin embargo, cuando el acusado trata de ocultar hechos comprometedores reacciona lanzando mentiras, lo que consume atención, memoria y esfuerzo cognitivo todo lo cual determina su producción lingüística (Blandón-Gitlina, López, Masipc y Fennd, 2017). Como afirma Meibauer (2018), es fácil pensar en una lingüística de la mentira pues los conceptos de mentira y verdad son puramente semánticos. Igualmente, la mentira es pragmática pues se define como un acto del habla de afirmación o aserción. Finalmente, la estructura lingüística de lo falso se completa con elementos referidos a la prosodia, la sintaxis, el léxico, entre otros (Dulaney, 1982; Adams, 1996; Newman et al., 2003; Bachenko et al., 2008; McClish, 2012; Olssen, 2012; Sánchez y Masip, 2020; Tran, 2020).